Esta es la historia del viacrucis de los asegurados en la CNS por una prueba Covid-19

Sentí un dolor y ardor en la garganta el viernes a mediodía y se encendieron las alarmas, sobre todo después que dos directivos de la unidad en la que trabajo dieron positivo al Covid – 19, lo que me llevó inmediatamente a pensar que podría haberme contagiado. Sin dudarlo pensé en hacerme una prueba, pero lo que no imagine fue el calvario que tuve que atravesar por tres días para lograr ese cometido en el policlínico central de la Caja Nacional de Salud en la ciudad de La Paz.

Era viernes por la noche cuando finalizamos el trabajo y era prácticamente imposible acudir al mencionado recinto hospitalario el fin de semana, por las restricciones impuestas por el gobierno municipal, no tuve más opción que agarrar el teléfono y avisar a mi esposa sobre lo que me estaba pasando en ese momento.

Con anterioridad tomamos la previsión de tener un cuarto aparte si por alguna razón alguien de la familia contrajera el virus, “no te alarmes, pero esta noche me voy a dormir al cuartito porque me está doliendo la garganta y tengo tos. Dos de los jefes dieron positivo”, le dije con tranquilidad y así fue al llegar a casa.

Protocolo acordado, dejamos la ropa externa en el patio al igual que los calzados, lo rociamos con el alcohol al 70% y con las zapatillas para ingresar a casa, entramos para primero realizar el lavado de manos, a diferencia de los otros días, me pongo un barbijo nuevo para entrar a casa.
A pesar la situación, lo tomamos con calma para no causar pánico. Sábado y domingo aislado en el cuartito hacemos algunos trabajos en la computadora y vemos algunas películas. Al dolor de garganta se suma la fiebre, el ardor en los ojos y el catarro nasal. No hay de otra el lunes a primera hora “a la Caja” para que me hagan el estudio.

Algunos amigos me recomiendan hacerlo con un médico o un laboratorio particular, pero para la administración pública solo es válida la baja otorgada por el ente asegurador. No queda de otra, lunes tempranito a hacer fila. “No creo que sea mucha la cola”, me dije a mi mismo sin sospechar lo que ocurriría al día siguiente.

Lunes siete de la mañana, estoy en la esquina de la plaza Murillo, frente a la cancillería, donde bajo del minibús que me trajo desde Villa Fátima y ahí tuve mi primera sorpresa, un tumulto de gente haciendo un sinfín de preguntas a las dos guardias policiales que custodian el ingreso al recinto hospitalario, cuando alcanzo a escuchar: “pacientes para el covid, en la fila de la izquierda, laboratorio a la derecha y bajas médicas al frente”, dijo una enfermera ataviada con un mameluco azul, bata color verde por encima, barbijo blanco, gafas protectoras y un protector facial plástico.

Giré mi vista hacia donde indicó y una extensa fila se extendía sobre las frías baldosas de la acera, pensé que estarían unas cuantas personas, pero ¡no! La fila se extendía hasta la esquina de las calles Ballivián y Yanacocha, resignado me dirigí hasta allí y cuando me quise formar, una señora de pollera que estaba sentada en una banquita me dice “joven, la fila es más atrás”, y volteo a ver que los pacientes formados continua hasta la esquina de la calle Comercio.

¡Qué horror! Me dije a mi mismo, “¿Desde qué hora hay que venir entonces?” cuestione y resignado me forme en la fila, en esa mañana que, a pesar de tener un cielo radiante y despejado a esa hora, no calentaba el ambiente y difícilmente asaban los cinco grados de temperatura.

En medio de gritos y una lenta marcha, llegue a la puerta a las once de la mañana, para encontrarme con la clásica respuesta, “ya no hay fichas, vuélvase mañana”, a lo que por cierto la enfermera me recomendó: “no olvide hacer vahos con eucalipto hasta mientras”.
En vano reclame, indicando que tengo algunos síntomas o que mis inmediatos superiores dieron positivo, no logre una ficha, “todos están igual”, me dijo la cabo de policía que un poco más y me saca a empujones, mientras otras personas aún esperanzados en lograr una atención permanecían en la fila.

Resignado, me dirigí a mi fuente laboral porque no tengo la baja médica y debo seguir con mis actividades. “No se acerquen, me voy a trabajar al rincón” les dije a mis compañeros y con el alcohol que compramos “haciendo una vaquita”, procedí a rociar todo el recinto para evitar la propagación del virus.

Terminada la jornada laboral, volví al cuartito, con la premisa de que al día siguiente toca madrugar más temprano para lograr la ficha de atención. Puse la alarma a las 04:30 de la madrugada y pesar de la insistencia de mi esposa de querer acompañarme le dije que no era lo más conveniente, por la cantidad de personas que había en el lugar y que inclusive muchas de ellas eran positivas y no lo sabíamos, “basta con un enfermo”, le dije para bromear un poco.

Los síntomas seguían: la fiebre, el dolor de garganta, tos y ese lunes por la noche se sumó la dificultad para respirar con un dolor en el pecho. Seguimos todas las recomendaciones que nos dieron amigos y familiares galenos: gárgaras de limón con sal y bicarbonato, vahos de eucalipto y manzanilla, té caliente con limón y miel, acompañado de un antigripal y paracetamol.

Martes, 05:30 de la madrugada, el sol todavía duermes detrás de las montañas paceñas, pero la fila en la puerta del policlínico central de la Caja va creciendo. A pesar de llegar a esa hora, ya hay más de 50 personas, me toca llegar a la esquina de la Ballivián y Yanacocha. “Yo estoy desde las tres de la mañana”, dice un señor cuyo pelo ya pinta algunas canas, “es mi tercer día, ojalá y ahora alcance”, le responde una mujer joven con un barbijo de aguayo.

Por el distanciamiento no nos podemos acercar y así se siente más el frio invernal al salir el sol, cerca de las siete de la mañana. A diferencia del día anterior parece que hay más orden en la puerta de ingreso. Un auxiliar, vestido con un mameluco verde olivo y un gran sello de la Caja Nacional de Salud (CNS) grita: “los de laboratorio que no sea covid, entren por aquí”, mostrando una pequeña puerta lateral, es la toma de muestras para pacientes de otras dolencias.

Poco a poco la fila avanza, cuando llega mi turno de ingreso, me doy cuenta que es las 09:30 de la mañana, explicó a la enfermera que tengo síntomas y que estuve en contacto con personas que dieron positivo, “pase al consultorio seis, es la ficha 49, va esperar un poquito”, me dice muy amablemente y en sus ojos puedo ver la compasión conmigo por mi estado de salud.
Ingreso al espacio habilitado para los pacientes y un nuevo balde agua fría, no éramos 50 pacientes ahí, sino el doble. En ese pequeño espacio nos encontramos pacientes a la espera de una consulta, personas que esperan la toma de muestra para la prueba y aquellas que ya dieron
positivo y quieren una ampliación de su baja médica. Todos mezclados.

El frio se mezcla con la rabia, la impotencia, la impaciencia, el dolor y el trajinar del personal. Fueron siete horas de espera que parecían interminables. Mucha gente cansada, otras de pie, hay quienes rocían alcohol cerca de ellos. A pesar del pedido del personal de no aglomerarse, es imposible por el reducido espacio.

“Ya no hay reactivos, vuelvan mañana nomas”, se escucha desde el rincón donde se toman las muestras, molestia, rabia y llanto se escucha entre la gente que resignada se retira a paso lento del lugar. Mientras tanto la discusión entre los pacientes que esperan atención y los que quieren renovar sus bajas médicas.

“Estamos solos, tengo al 60% del personal de este policlínico con baja por covid” explica el medico coordinador de turno del recinto, “por favor tengan paciencia, se va atender a todos” dice visiblemente agotado y con las manos apostadas sobre la pila de historias clínicas que hay en un pequeño escritorio. El personal que atendió a los pacientes desde las ocho de la mañana lo hizo de manera continua, sin alimentación de por medio y sin un momento de reposo, ni siquiera para que el personal de limpieza desinfecte el lugar.

Llegó mi turno a las 15:30, un breve interrogatorio y un examen básico pulmonar y cardiaco y a llenar la ficha epidemiológica, “si estuvo cerca de personas con casos positivos es mejor que se aísle, le daremos baja por siete días, es el tiempo que demorará los resultados de su prueba” me dice el médico después de pedirme los datos de las personas con las que tuve contacto cercano.

Salí de la consulta con recetas, historia clínica, orden de laboratorio, ficha epidemiológica y mis documentos personales. No hay más pruebas ese día debo volver al día siguiente, aunque ya no de madrugada, las muestras se toman a partir de las once. Dejó mi baja médica en Recursos Humanos y retorno al cuartito, que por estos días es el único refugio para no contaminar a mi familia.

Sexto día desde la aparición de los síntomas, aún está presente la tos, el catarro y el dolor de pecho al respirar; seguimos con toda la medicación y nuevamente hacer fila. Ya sabía que encontraría por eso no fue sorpresa ver cuatro filas diferentes en el ingreso a la CNS. Busque la mía y estaba detrás de unas 20 personas, cuando sale la responsable de laboratorio e indica que ya tiene una lista de quienes se deben hacer la prueba PCR, “a la una de la tarde por favor, van a entrar de cinco en cinco, solo los que están en la lista”, dice y no da más explicaciones porque se dirige –con un termo plástico en mano – a recoger los reactivos desde el Hospital Obrero.

Muchos se van a almorzar y yo decido esperar, total ya hice fila por siete horas, un par más ya no es de extrañar. ¡Golpe de suerte! cerca de las 12:15 sale una enfermera y llama a quienes esperamos la toma de prueba, solamente cuatro personas estamos ahí, verifica en su lista e ingresamos al mismo espacio, nuevamente el mismo panorama, mucha aglomeración, rabia, dolor, impotencia por todos lados.

Después de tomarme la muestra nasal y otra de la garganta, me dicen que en una semana me avisaran el resultado de mi prueba, mientras tanto debo estar aislado – en el cuartito – seguir la medicación y esperar. Por los comentarios que escuche de resultar positiva la prueba es otro calvario, la baja médica solamente te la dan por tres días y nuevamente hacer largas filas para renovarlas hasta completar los 21 días, ¿No era que se debe estar aislado todo ese tiempo? Es mi pregunta.
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